Por Favio Aza
En el aire se respira irracionalidad. No se exhalan juicios, solamente respeto y mesura. Es que la atmósfera de catástrofe colectiva es real. Renuncio a todo análisis posible respecto a la situación que vive el ánimo popular. El paso a la inmortalidad del ícono deportivo más grande del deporte nacional ha desatado una sensación tan inabarcable, que prefiero desistir de las consideraciones y subjetividades.
En un proceso de horas, en las que la empatía y el luto debieran de ser rasgos predominantes de la actitud general , parece que hay quienes encuentran el regocijo en desentonar violentamente. Claro que me estoy refiriendo a las fuerzas represivas del estado. Aquellos cuerpos castrenses que el jueves a la tarde arremetieron contra la multitud acongojada por la muerte de Diego Armando Maradona. La multitud que buscaba decirle adiós a su ídolo.
En esta nota no pretendo desarrollar mucho más el contexto, ya que podría incurrir en alguna omisión u error de otra índole. Tampoco quiero recurrir a sensibilidades alteradas. Lo que me propongo es dejarle a usted, lectorx de AFEN Prensa, una serie de interrogantes a los que no replicaré respuesta alguna. Usted sabrá qué hacer, estoy seguro.
Suponiendo que realmente existió ese “pequeño grupo de inadaptadxs de siempre”, que merecían ser reprimidos ¿hay algún motivo razonable para argumentar que es buena idea atacar a quemarropa a cientxs de personas? En todo caso, ¿es un método eficaz para controlar la hipotética escaramuza y restablecer la calma? Porque ciertamente, la amplia cobertura mediática (mundial) no mostró ningún hecho que hiciera pensar que ameritaba semejante despliegue represivo.
Me repito: no quiero elaborar conjeturas. Fui un espectador más. Como tal, me interpela lo que veo y lo que me consta: alguien dio la orden de disparar gases lacrimógenos contra una muchedumbre con barbijos. No le importó que la gente estuviera con los ojos secos de lágrimas. Tampoco que hubiera ancianxs o niñxs
¿Existe alguien que me pueda decir que quien acató la directiva estaba solamente haciendo su trabajo? A eso sí puedo responderlo: existe gente que lo defenderá. Hay gente que, con razonamientos válidos, buscará convencerme de que lxs policías, gendarmes y miembrxs de las otras fuerzas, son trabajadorxs como yo. Pero cabe cuestionarnos ¿podemos permitir que se normalice (e institucionalice) tal nivel de crueldad? Porque yo conozco el efecto de los gases y no entiendo qué lugar tenían en un operativo fúnebre,
Si me preguntan, creo que el dolor se hace más grande cuando no podemos otorgarle por unas horas – lo que dura un ritual de despedida, al menos – el último deseo a quien marcó tantas vidas: un mundo más justo y compasivo con el oprimidx y marginadx, una gambeta a la injusticia, un cañito entre esas botas que pisan cabezas. Son importantes las responsabilidades, pero parece que se abrió un debate muy profundo en torno a ese tópico y hoy yo quería, con humildad, plantear preguntas simples.