Daniel Feierstein
Este 24 de marzo no habrá encuentros en ninguna plaza del país. Por primera vez desde aquella marcha inaugural de 1986 (con menos de 5000 personas), no podremos abrazar a las Madres un 24 de marzo. Este año la conmemoración nos encuentra intentando evitar o retrasar el pico de una pandemia todavía no del todo conocida y sin antecedentes en el siglo XXI (y quizás tampoco en el siglo XX, con la excepción de la “gripe española” de 1918). Ello nos obliga a quedarnos en casa, ya que un distanciamiento masivo y muy férreo por algunas semanas puede permitir controlar el nivel de contagio, no colapsar al sistema de salud y ganar tiempo para ver cómo funcionan los distintos tratamientos que se van aplicando en China, algunos países asiáticos, Europa o Estados Unidos. Así como intentar reequipar y preparar a la salud argentina, luego de décadas de destrucción aceleradas por el desquicio macrista de ajustes durante los últimos años.
Hoy el coronavirus nos obliga a quedarnos en casa, nos impide el encuentro fraterno, el abrazo masivo, no por miedo a la represión (algo que nunca nos dejó en casa) sino porque el virus nos transforma en agentes de dispersión de la enfermedad. Es enorme el desafío y no podía ser peor la paradoja.
El virus parece obligarnos a lo que la dictadura nunca pudo: quedarnos aislados, encerrados en nosotros mismos. Las Madres desafiaron al terror caminando en plena dictadura alrededor de la Pirámide de Mayo, pero en ese caso eran ellas quienes se ponían en riesgo.
Hoy salir a la calle no solo nos pone en riesgo sino que pone en riesgo a todo aquel que se nos acerque. Esta es la mayor paradoja.
Sería absurdo insistir en desafiar a un virus (que no tiene intenciones ni sujeto). Igualmente absurdo querer enojarnos con el gobierno (que es uno de los que mejor ha reaccionado frente a esta pandemia) por mandarnos a casa, ya que es eso lo que debemos hacer por la solidaridad ante los miles de muertos que se busca evitar, que sin dudas estarán sobrerrepresentados en los sectores más vulnerables, sea los adultos mayores, las poblaciones con un sistema inmunológico más deprimido o quienes tienen menor acceso a los sistemas de salud. Con lo cual, la medida es correcta e imprescindible, pero resulta muy problemática en términos de relaciones sociales.
Uno de los mayores errores políticos que pueden cometerse es analizar el presente con las herramientas del ayer. El mundo ha cambiado apenas iniciado el 2020, en formas que ni siquiera podemos prever. Y aunque ello no cambia las luchas que hemos dado y debemos seguir dando, requiere adecuar con rapidez nuestras herramientas para contemplar la dinámica del hoy, no seguir pensando como si los hechos fueran equivalentes al ayer. No negar los graves efectos del aislamiento a la vez de comprender que el distanciamiento físico es una herramienta urgente e imprescindible en el contexto presente.
El desafío será entonces el de diseñar estrategias que puedan permitir que el necesario distanciamiento físico no se transforme en aislamiento social. El uso de las palabras siempre ha servido para matizar la realidad, es una de las maravillas del lenguaje. Lo que piden las medidas para controlar la pandemia no es necesariamente aislarnos sino distanciarnos físicamente.
Las estrategias de comunicación y solidaridad pueden ser de muy distintos tipos, pero se requiere aguzar nuestro ingenio y tener claros los desafíos y las posibilidades. Asumir el presente adecuando las herramientas del pasado, no olvidándolas sino transformándolas.
Por una parte, nos obligará a volver a mirar a nuestros vecinos, en sociedades donde el anonimato había avanzado mucho en la concepción del “barrio”: ¿hay algún contagiado en cuarentena en nuestra manzana que requiere que le hagamos las compras de alimentación o farmacia cuando salimos a hacer las nuestras? ¿Alguna persona mayor o de grupo de riesgo a la cual podemos evitarle la exposición? ¿Algún discapacitado? ¿Cómo mantener, crear o recrear un contacto no físico con quienes nos miran desde el balcón o la ventana de enfrente? ¿Cómo lograr espacios de contención en las redes con nuestros seres queridos, nuestros grupos de trabajo, de militancia, de estudio?
El distanciamiento físico puede hundirnos con facilidad en la depresión, el riesgo de que se transforme en aislamiento es muy alto. Hay una responsabilidad en cada uno de nosotros en impedir esta posibilidad.
Esta vez no es el terror de un aparato policial el que busca quebrar los lazos sociales sino al temor al contagio, pero los efectos pueden ser equivalentes o incluso peores.
Eso no se combate con irresponsabilidad, creyendo que le ponemos el pecho al virus saliendo a la calle y transformándonos, paradójicamente, en los asesinos de las personas vulnerables que nos rodean. Eso sería estúpido y contraproducente.
El secreto será adecuar nuestras herramientas al nuevo contexto. Allí donde el distanciamiento físico es imposible (por condiciones de hacinamiento) buscar aislar a las comunidades enteras de focos de infección (estoy pensando en muchos barrios populares donde es posible que el virus aún no haya llegado). En las zonas urbanas, mantener las condiciones de higiene y reemplazar el contacto físico por todos los otros contactos posibles: iniciar cuanto antes intercambios virtuales con nuestros estudiantes, sostener los lazos cercanos, articular las necesidades barriales en función de las posibilidades de cada quien (algo que también se puede hacer a través de las redes, ya que no tenemos la posibilidad de las asambleas), asumir tareas que no solo implicarán cooperar en la situación de otros sino recuperar un sentido en el uso de nuestro tiempo.
En este 24 de marzo de 2020 el desafío no será (como desde hace tantos años) encontrarnos físicamente para combatir la impunidad de las injusticias pasadas y denunciar las injusticias presentes (algo que de todos modos debemos seguir haciendo pese al distanciamiento físico).
Este año tenemos un desafío más, que es un modo de honrar a nuestros compañeros desaparecidos: no permitir que el distanciamiento se transforme en aislamiento.
Si, pese a la desaparición, fuimos capaces de tener presentes a nuestres compañeres “ahora y siempre”, hoy el desafío es doble. No solo necesitamos tenerles presentes a elles, como todos estos años, sino esta vez también a cada une de nosotres.
Aunque estemos lejos, sepamos que debemos estar PRESENTES cada uno para el otro. PRESENTES. AHORA Y SIEMPRE.
Daniel Feierstein
Director del Observatorio de Crímenes de Estado de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Investigador del CONICET y director del Centro de Estudios sobre Genocidio de la UNTREF.