Buenos Aires se despide de uno de los eventos deportivos más importantes del mundo, con un saldo esperanzador para el olimpismo argentino. Los JJOO de los jóvenes deportistas han llegado a su final.
Fueron 11 días de competencia, en donde jóvenes atletas de todo el mundo mostraron sus habilidades, sus valores, el fruto de su entrenamiento. De norte a sur, de este a oeste del globo, todas las nacionalidades llenaron de color a una ciudad que se preparó para recibirlas.
Desde la ceremonia de apertura en el obelisco hasta el último día, miles de porteños disfrutaron de esta fiesta del deporte, no solo para apoyar a sus atletas, sino también para deslumbrarse con el BMX, la gimnasia, la lucha, el atletismo y demás disciplinas que habitualmente no despiertan demasiado interés, pero que en el contexto de los JJOO toman otro nivel de atención. ¿Será que cuando se difunde y se propicia la participación, es más factible que el deporte atraiga a las familias? Es posible también que rodearse de ciudadanos de otras nacionalidades y poder sacarse una foto con ellos reúna a otros grupos de personas. Quizá el evento fue una excusa para la selfie, el intercambio de pines. Lo cierto es que fue un gran punto de encuentro para miles de personas.
Deportivamente, la delegación argentina se subió al podio en más ocasiones que las que se creía. 11 medallas de Oro, 10 de Plata y 11 de Bronce. ¿Se convertirá en un punto de partida para el desarrollo del deporte argentino? ¿Seremos capaces de capitalizar la experiencia? Preguntas que serán respondidas a lo largo de los años y se verán reflejadas en acciones concretas por parte de las autoridades a cargo.
Quedarán en el recuerdo y en la galería de imágenes de más de un aficionado, por ejemplo, las lágrimas de la nadadora Delfina Pignatello (dos veces medalla de Plata), el singular concurso de volcadas que ganó el carismático Fausto Ruesga, y algunas sorpresas como el Rugby seven o el debut olímpico del Beach Handball con las afamadas kamikazes, que se llevaron el Oro.
El final llegó con la ceremonia de cierre, quizá lo más modesto de todos los Juegos. Buenos Aires hizo el traspaso de la Bandera Olímpica a su siguiente anfitriona: Dakar. La capital de Senegal será la próxima sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud, en su 4ta. edición (las anteriores habían sido en Singapur 2010 y Nankín 2014). La imagen del traspaso fue sin duda lo más sensible de la ceremonia. Del celeste y blanco al rojo, amarillo y verde. Una ciudad famosa por el Rally pero que en 2018, con sus más de 2.000.000 de habitantes, le pondrá todo el calor africano a los Juegos. Los que deseen, pueden ir aprendiendo francés, el idioma oficial). Será en la península de Cabo Verde, el punto más occidental del continente el nuevo punto de encuentro para los jóvenes atletas del mundo.
Una parte muy especial de la ceremonia se la llevaron los voluntarios y voluntarias de los Juegos, emblemas inconfundibles en cada día de competencia. Ellos también fueron protagonistas de la ceremonia y merecedores de una gran ovación.
No faltó ninguna autoridad: el presidente de la Nación Mauricio Macri y Thomas Bach (presidente del COI internacional) ofrecieron unas palabras en el evento. El himno nacional con clave de chacarera, fuegos artificiales con la torre del Parque de la Ciudad de fondo, despidieron a la prensa presente y a los atletas, que raudamente se trasladaron 200 metros para tener su propia fiesta: Música y baile en el escenario de la Villa Olímpica con Djs en vivo.
La llama olímpica de los jóvenes se apagó hasta dentro de 4 años. Ahora, tiempo de proyectos, de preparación, de esfuerzo y de entrenamiento, y también de políticas destinadas al fomento de la práctica deportiva.
Nicolás Vela – AFEN