Trabajar en territorio: ¿qué tiene que ver con la guerra?
Por Josi Zaccagnini
A laburar en una villa se le llama “trabajo territorial” y en los discursos que circulan en ese ámbito, a veces se escucha el término “trinchera”… pero, ¿qué significa el territorio y qué significa estar en la trinchera? ¿Qué significa darle sentido a este trabajo con vocabulario prestado de la guerra?
En la villa 31, el Gobierno de la Ciudad había inaugurado un “Espacio de la Mujer”. Una construcción que antes había sido “La Casa del Pueblo”, un aguantadero con una historia de violencia y tortura. Quedaba entre “el muro de la muerte” y “el pasillo de las violaciones”, así eran conocidos esos puntos de referencia en ese sector del barrio. Parecía hecho a propósito. Una zona que, para muchas mujeres del barrio era, para seguir en la línea del vocabulario bélico, “territorio enemigo”, una frontera invisible que no podían cruzar.
Para ellas, había amenazas de muerte habitando esos pasillos.
Un día, una mujer que vivía muy cerca de ahí fue asesinada y descuartizada por su pareja, a quien los pocos medios que cubrieron el caso llamaron “el asesino de la amoladora”. Porque los femicidios villeros son espectáculo y no problemática en la agenda del gobierno. Por parte de la Secretaría para la que trabaja, no hubo un comunicado formal o informal, no hubo medida institucional de cuidado hacia las trabajadoras del área de género, no hubo una palabra que mediara el golpe de la noticia. A los pocos días, se incendió Notre Dame y los directivos estaban conmocionados.
La trinchera no importa, lloremos el patrimonio cultural y religioso de Europa.
Un año más tarde, ya no existe el Espacio de la Mujer. Les duró poco la política de género, pero gastaron medio millón de pesos para pintar murales. “La villa tiene que ser turística” decía un empleado encargado de las relaciones empresariales. “De ESI se tienen que encargar ONGS” decía mi jefe directo, sabiendo que hablaba con alguien que estaba formada, capacitada e interesada para saldar esa deuda. Alguien a quien el gobierno pagaba un buen sueldo por 40 horas de trabajo semanal que no servían para nada, porque lo que había que hacer no lo podíamos hacer “porque era responsabilidad de otras áreas”.
El abandono parecía adrede. El desamparo parecía una política pública. El Estado brindaba botones antipánico que, dentro de la villa, no tenían señal. La policía una vez entregó en mano del acusado la notificación de exclusión del hogar, se dio media vuelta y se fue. Las vecinas fueron quienes, armadas con palos, lo sacaron de la casa que compartía con su pareja, a quien golpeaba y amenazaba. Eso es una trinchera.
Mientras tanto, los altos funcionarios transaban con narcos que les aseguraban votos, pero que a las trabajadoras no nos podían asegurar la integridad física. Eso es una trinchera.
En agosto del 2019, luego de que las PASO no dieran los resultados esperados por semejante inversión, empezaron a recortar. Recortaron empleados, programas, recursos. Recortaron primero a quienes no salieron a hacer campaña partidaria, a quienes no pertenecían al Opus Dei, a quienes no eran amigos del primo de alguien, a quienes hacían ruido para que los derechos llegaran a la villa. A mi me hubiesen echado, pero yo ya me había ido. Me fui antes de que me arruinara la salud mental saberme cómplice de una pantalla, de un como si, de una movida nefasta de un partido de derecha que no sabe ni le interesa aprender a trabajar en territorio. Porque si fuera por ellos, estar en la “trinchera” sería más literal; se trataría de conquistar el territorio y su gente, para convertir la villa en paseo turístico, como si fuera un zoológico donde los turistas se sacan selfies, mientras, de fondo, hay tiros y mujeres descuartizadas.