Como la respuesta de una carta puede marcar un destino.
Por J.F.A
Corría la década del 80, y yo cursaba mi primaria en la escuela pública Juan José Millán. Un día la señorita Ángeles nos dijo que íbamos a aprender a escribir una carta. La tarea consistía en enseñar a sus alumnos el formato: cómo confeccionar el sobre, pormenores de estampillado y distintos guarismos en cuanto a la técnica. El desafío además tenía un bonus, luego de que sus alumnos incorporaran esos conocimientos tenían que mandar una carta verdadera y por correo!, todos estábamos entusiasmadísmo. Así fue que luego de incorporar las enseñanzas me puse a pensar que tenía muchas ganas de escribirle al presidente, sentía un ansia desmedida en decirle que si bien era consciente que las cosas parecían estar mal, yo lo apoyaba…así lo hice, le escribí una carta al mismísimo Raul Alfonsín.
Pasaron los años, crecí, y un día terminé el colegio secundario, me recibí de Perito Mercantil, cuando llegó la hora de elegir la carrera me manifesté firme… «quiero ser Licenciada en Ciencia Política» dije, mi familia lo tomó con mucha naturalidad, pero las autoridades del colegio se sorprendieron. ¿ Por qué una alumna tan dedicada y con condiciones para los números no seguía una carrera “más exacta” ? ….parecía un misterio. No sólo eso, doblé la apuesta, y después de graduarme en Sociales de la UBA me incliné por el Derecho y me recibí de abogada.
A la distancia solo me queda agradecer que ese hombre le haya pedido a su secretario que tomara un tiempo para responder la carta de una nena de primaria llena de faltas de ortografía y mal escrita.
Esa carta que recibí me generó una alegría enorme y me hizo sentir parte de algo gigante, alguien contaba conmigo y con otros como yo para construir la Argentina que todos queremos.
Hoy, politóloga y abogada, formada en la educación pública, democrática y peronista, ESTOY PERSUADIDA de algo: nadie puede encerrarnos usando la teoría de Yo o el Caos, ni generar miedo diciendo que si alguna persona levanta un dedo, eso es prepotente o falto de virtud. La falta de virtud es ser indiferente con el dolor y el hambre del otro. La falta de virtud es la incoherencia política, la falta de virtud es no estar a la altura de las circunstancias. Alfonsín padre de la democracia indiscutido, hombre virtuoso e inmenso, también levantaba el dedo.