De incendios infernales a océanos desbordados, el mundo enfrenta una sinfonía de catástrofes naturales sin precedentes. ¿Es este el precio de nuestra indiferencia o el anuncio de un futuro irreversible?
En lo que va del año, el planeta parece haber entrado en una espiral de catástrofes naturales tan violentas y frecuentes que muchos ya no se preguntan si sucederá otra, sino dónde y cuándo. Desde las montañas de Pakistán hasta las planicies de Canadá, desde las islas del Pacífico hasta los glaciares en retirada de la Patagonia, el mundo entero está siendo sacudido por una serie de desastres que no parecen tener tregua. Y aunque los fenómenos naturales han sido parte del equilibrio terrestre desde tiempos inmemoriales, la magnitud, simultaneidad y violencia de los eventos actuales parecen tener un tono distinto: el de una advertencia urgente y global.
En las últimas semanas, incendios sin control han arrasado millones de hectáreas en Grecia, California, Siberia y el Amazonas. No se trata solo de bosques que arden, sino de ecosistemas enteros que colapsan, de aire que se vuelve irrespirable y de comunidades que ven desaparecer, en minutos, todo lo que construyeron en generaciones. Al mismo tiempo, lluvias intensas e inundaciones históricas han dejado bajo el agua a ciudades enteras en China, India, Brasil y Alemania. Las imágenes se repiten como un patrón agobiante: calles convertidas en ríos, puentes colapsados, familias desplazadas, gobiernos superados.
Los terremotos también han cobrado su cuota de devastación. Turquía, Haití, Marruecos y Japón han sentido cómo el suelo tiembla con furia bajo sus pies, dejando tras de sí paisajes desfigurados y poblaciones en estado de shock. A esto se suman huracanes y ciclones tropicales que azotan con creciente intensidad y frecuencia, extendiendo su furia desde el Caribe hasta el sudeste asiático. Cada temporada supera a la anterior en daños materiales y en vidas perdidas, y lo que antes era excepcional, ahora parece rutina.
Pero no se trata de una maldición ni de la cólera de los dioses, como podría haber creído alguna civilización antigua. La ciencia es clara: el cambio climático no solo es real, sino que está amplificando estos eventos hasta niveles extremos. La atmósfera más cálida retiene más humedad, intensificando lluvias; los océanos más calientes alimentan tormentas más poderosas; los suelos más secos y calientes convierten cualquier chispa en un infierno; los polos que se derriten están alterando el equilibrio del planeta a escalas que apenas empezamos a comprender. El sistema climático, alterado por más de un siglo de emisiones, deforestación y explotación desenfrenada, está respondiendo.
Y lo hace con furia.
El mundo está parado sobre una delgada línea entre la negligencia y el colapso. Las catástrofes ya no son advertencias lejanas, son realidades cotidianas. El costo humano es incalculable: millones de desplazados, pérdidas económicas que desbordan los presupuestos de los países más ricos, ecosistemas colapsados, especies extinguidas. Pero quizás lo más alarmante es la aparente normalización de este caos. Como si la humanidad hubiese elegido mirar hacia otro lado, anestesiada por las pantallas, los mercados y las guerras políticas, mientras el suelo tiembla, el cielo arde y el agua lo arrasa todo.
El planeta no está vengándose. Está reaccionando. Y lo hace con la contundencia de quien ha sido ignorado durante demasiado tiempo. No hay rincón que esté a salvo, ni continente que no haya sido tocado. No se trata de un evento aislado ni de una temporada particularmente mala: es un cambio de época. Una era de catástrofes simultáneas que exigen algo más que lamentos: exigen transformación, humildad y una respuesta global que aún no llega.
La historia recordará este momento como el punto de inflexión, como el instante en que el planeta gritó con todas sus voces al mismo tiempo. La pregunta es si todavía podemos escuchar. Y si lo hacemos, ¿estamos dispuestos a cambiar?
María Elina Castro
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
Magíster en Estudios Ambientales y Cambio Climático por la University of Sussex, Reino Unido