El magíster en trabajo social, Victor Mamani, asegura que, si bien la situación de las cárceles argentinas es crítica, la figura del trabajador social tiene un amplio abanico de posibilidades de estudio e intervención para lograr el objetivo de reinsertar correctamente a los presos en la sociedad.
Después del anuncio en el que el Presidente Alberto Fernández refirió a la necesidad de mejorar las condiciones de encierro para que las personas que cumplieron su condena no reincidan, el problema de las cárceles volvió a estar en
agenda.
El Magíster en Trabajo Social, Victor Mamani, estudia la construcción y la relevancia del trabajador social en el ámbito penal y carcelario y sostiene que estos profesionales tienen una misión muy importante: “Deben preparar al preso para reinsertarse en la sociedad, pero también a la comunidad para que lo reciba y lo integre”.
Para el investigador, “el trabajador social tiene un amplio abanico de posibilidades de estudio e intervención que le permitirán salir de las tareas de escritorio para incursionar en otras estrategias que contribuyan al objetivo institucional de lograr la correcta reinserción de las personas privadas de su libertad”.
En su opinión, los requerimientos de un buen trabajador social en lo penal “deben contemplar la intervención directa e indirecta con todos los individuos vinculados al ámbito penitenciario. Esto incluye al personal carcelario, por lo que también hay que trabajar en las líneas de capacitación y de idoneidad que se les requieren a ellos antes de ingresar en el sistema”.
En contextos de encierro, el diálogo con los profesionales del ámbito penitenciario es crucial para los presos y es por ello que Mamani destaca la relevancia de fomentar instancias de diálogo y de trabajo en equipo para poder conocer bien a las personas involucradas. “Es importante revisar los modelos de atención de la vulnerabilidad y las prácticas de los trabajadores sociales en las cárceles a la luz de la doctrina constitucional”, subrayó el autor del libro La Cárcel: instrumento de un sistema falaz. “Trabajar en cárceles –señaló- le exige al profesional conocer en profundidad cuáles son los procesos más deteriorantes que afectan a la calidad de vida del preso y también de los agentes de control penitenciario. Además, debe contemplar que el aislamiento produce efectos colaterales en otros miembros de la sociedad, como puede ser la familia del interno y del personal de la cárcel”.
“Muchas veces, me consultan si hay que poner más mano dura o hay que defender el sistema de garantías, y yo creo que es un debate que requiere de un término medio. Está comprobado que el encierro y el castigo desmedido no ha dado buenos resultados. Las cárceles argentinas todavía están muy lejos de cumplir el objetivo ideal”, sentenció el experto.
Para Mamani, esto se incumple ya que “las cárceles están abarrotadas de internos y todavía faltan estructuras que planifiquen y proyecten estratégicamente a futuro”. En relación a este punto, según datos de la Comisión Provincial por la Memoria, las cifras actuales de la provincia de Buenos Aires muestran que las dependencias de la policía bonaerense tienen 5.480 detenidos, más de tres veces el número de su capacidad.
Además, el magíster agregó que “a la cárcel se la critica duramente, afirmando que reproduce la delincuencia, pero estamos en un lugar muy difícil, porque este es el final de un largo camino donde ya ha fallado la escuela, la familia, la policía, las correccionales y, nosotros; además de penitenciarios, parece que tenemos que ser magos”.
“En estos casos, el trabajador social debe asumir la lógica interdisciplinaria y creativa y trabajar en conjunto con médicos, psicólogos y docentes en nuevas propuestas y proyectos para evitar que el sistema de seguridad penitenciario y la crítica situación
carcelaria se conviertan en un obstáculo”, concluye.
Fuente: Agencia CTyS-UNLaM