Por Mayra Arena
Hablemos de pobreza en serio, sin chiste fácil, sin remate cantado. Hablemos de este mecanismo que sigue conservando catorce millones de pobres y que nadie pretende desinstalar.
Hablemos de lo que hay y no hay en la pobreza, más allá de lo material, porque eso es lo que estudian los economistas y los sociólogos y además está a la vista.
Dentro de este mecanismo que opera perpetuando a los pobres en esa misma realidad, existen un conjunto de valores que dificultan salir del mismo. En la pobreza no hay vergüenza, acá ya se sabe que el mate se toma amargo porque el azúcar se deja para el té de los chicos, que la mamá se hace la que no le gusta el helado para dejarnos más, o que los chicos faltan al colegio cuando llueve porque después se enferman y no hay plata para los remedios. Son cosas que sabemos todos, como que a los cumpleaños se va sin tomar la merienda y ya se vuelve cenado y con la panza llena de gaseosa. La vergüenza no es entre nosotros sino con los que tienen más que nosotros, viene cuando un compañero te pregunta ¿no te gustan las figuritas de los simpsons? Y vos te hacés el que no, porque es más fácil, más rápido, pero además menos vergonzoso ser un canchero que no le importan las figuritas a que se descubra la chotísima verdad, que tu mamá no tiene para comprarte y vos no tenés de dónde sacar. Siempre hay un amigo menos pobre que te regala las que tiene repetidas, y un amigo igual de pobre que te regala la más difícil, y es el que termina siendo tu amigo toda la vida. En la pobreza la amistad, es sincera. Ojo, acá también está el gordo que es amargo con la pelota y siempre lo cagan mandándolo al arco, eso trasciende todas las clases sociales, pero la amistad ahí donde no hay un mango, es de las cosas más lindas. Y da vergüenza juntarse con esos que tienen más, entonces uno prefiere que no vengan a su casa porque la casa no es tan linda como la de los otros, y de a poco se va cerrando y se queda con los amigos con los que no hay vergüenza.
La pobreza tiene muchas cosas buenas, entre ellas, ciertos valores que en la riqueza son casi imposibles de inculcar. ¿O quién de ustedes no conoce a un padre que diga «estos pibes no valoran nada»? Les sacan la play, la tablet, los dejan sin ir a gimnasia artística y nada: el pibe no sabe valorar el esfuerzo de los padres, no tiene la menor idea de todo lo que cuesta cada pequeña riqueza que tiene. Pero en la pobreza es distinto. Uno sabe que el yogur para el hermanito cuesta tantos pesos, que si te compran figuritas no le compran yogur a él, y tiene que comer porque la pediatra dijo que está flaquito. Uno valora todo porque sabe efectivamente cuánto cuesta cada cosa. Y uno aprende a ser feliz con lo que no cuesta nada. Por ejemplo, cuando la mamá va al centro a hacer trámites uno pide entrar a los negocios para mirar, pero sobre todo para jugar a patinar en esos pisos brillantes y encerados. Si hay hermano se hacen carreras de patinaje, si uno está solo va y viene patinando como un campeón y cuando le sale algo copado le pregunta a la mamá si lo estaba viendo. Uno aprende a jugar al colectivo enfilando un montón de baldes, y la lata más grande y más linda es la del colectivero. Cuando se aburre de jugar al colectivo uno pone las latas de otra manera y juega a la batería, pero a eso no se juega mucho porque enseguida te cagan a pedo. No se preocupen, los macristas ya se fueron de este muro hace rato, podemos hablar de esto sin que nadie se prenda para decir «les encanta vivir así».
Jugar en la pobreza es baratísimo, pero tampoco es gratis, si no hay una mamá y un papá que se estén abriendo el lomo para dejarnos jugar tranquilos hay que salir a buscar el morfi, y se deja de jugar. Traer el morfi es cosa seria, cosa de grandes, por eso los pibes que piden, venden o limpian vidrios suelen ser agrandados. Uno se cree grande porque vive como un grande: dejó de jugar para salir a buscar las chirolas. Por eso no entiendo cómo es que la palabra humilde se utiliza para referirse a nosotros los pobres, si en general somos más creídos que la mierda. A veces creo que decir «sos de familia pobre» puede sonar violentísimo, y a algún genio se le ocurrió mandarle «humilde» como para descomprimir. Entonces te dicen «¡vos sí que venís de un lugar humilde!» y uno… uno lo termina repitiendo. Cuando en un laburo me preguntaban qué hacía mi vieja yo decía «mi vieja es una mina muy humilde» ¡¿Qué carajo dije todos estos años?! Mi vieja es pobre, muy pobre, es marginal como ya les dije. Es humilde, pero no por pobre sino por pura casualidad. Decir que es humilde es hablar de ella, pero no de cómo vive ella. Y hablar de gente humilde o de incluso barrios humildes, es un disparate: lo que hay es gente pobre y barrios pobres. En lugar de hablar de pobreza y de por qué tan pocos pobres logran salirse del mecanismo, le cambiaron el nombre para que suene menos violenta. No digo que esté mal, tampoco creo que sea con mala leche. Pero, aunque ayude a no ser estigmatizante, también ayuda a ‘suavizar’ un problema muy serio.
La pobreza tiene estas cositas lindas que les contaba, pero también tiene las otras, las tristes, la del hermanito que no aprende nada en el colegio y se le ríen porque es tonto y la del hermano mayor que está preso. Es la realidad diaria de que no hay plata para nada entonces uno empieza a ver como rebuscar el mango, para poder pasar de ser un problema para la mamá a ser una ayuda y que se sienta orgullosa. Uno labura soñando cosas chiquitas, unas zapatillas, una campera, un camión para el hermanito o un lavarropas para la mamá. Sí, en nombre de la mamá y los hermanitos es por quien primero se sale a laburar, o en el caso de que no hayas tenido alguien que te marque el camino… a delinquir, como el hermano mayor. Y que se salga al rebusque por la mamá es una realidad que vi y entendí todo el tiempo de manera muy personal, pero ahora, como estudiante puedo entender que un montón de pibes saliendo a laburar son trabajo infantil hoy, y mano de obra no calificada mañana.
El mecanismo está compuesto por un montón de pibes trabajando, con un montón de sueños chiquitos, porque cuando uno es chiquito tiene sueños inmensos, pero cuando tiene que salir a laburar se achican drásticamente. Y se sale a laburar para comprarle un buen celular a la novia o para salir a los bailes sin tener que pedir permiso, o para pagarle la dentadura a tu vieja que sabés que la acompleja. Y todos esos trabajadores chiquitos con objetivos chiquitos, no logran salir del mecanismo. Porque a los trabajos que accede uno cuando es mano de obra no calificada, son los que apenas te permiten vivir, y en el mejor de los casos, cumplir uno de esos sueñitos.
El hermanito que parece tonto porque no aprende, posiblemente deje la escuela, frustrado y avergonzado y con ganas de no estudiar nunca más. Otro más para la mano de obra no calificada que queda para siempre atrapado en el mecanismo. Y el hermano mayor que está preso tiene la posibilidad de estudiar en la cárcel, pero ojo, que en la cárcel los valores no son los mismos que en sus casas. El peor insulto carcelero es lavataper, es peor que gato o que mulo. El lavataper no es señorita de nadie, no fue violador ni es amigo de la yuta. El lavataper en la cárcel es el que limpia la cocina, y el estado a cambio ayuda con un sueldito muy básico a la familia que está afuera. Es un insulto porque en el universo masculino y convicto, lavar los cacharros de una cocina es un rasgo de inferioridad absoluta, aun cuando lo hagas para ayudar a tu señora, a tus chicos o a tu viejita. Ser un lavataper es aceptar las reglas de la cárcel, limpiar puntual y prolijamente y encima a cambio de unas pocas chirolas. Y estudiar, como les decía, es ser un mamerto. Es dársela de algo que no sos.
En las cárceles se enseña derecho. Y claro, para algunos de afuera, imaginar una vida en la que te dan techo y comida y podés estudiar y el profesor va a tu casa, es increíble que se desaproveche. Pero adentro de la cárcel, estudiar abogacía, es toda una odisea. Es ingresar al mundo de los policías (porque para que te dejen estudiar tenés que tener buen puntaje en conducta y adivinen cómo se obtiene buen puntaje) y seguir conviviendo con el mundo de los delincuentes… y aguantarse lo que viene, porque los valores dentro de la cárcel, son otros. Se perpetúa así la idea de que estudiar y trabajar, es de lavatapers. Además, adentro de la cárcel tiene más autoridad quien peores delitos cometió, por eso un pibe que entró por un delito menor termina aprendiendo a ser más violento simplemente para poder sobrevivir.
Acá, a los del lado de adentro del mecanismo, siempre se nos dice que tenemos los valores cambiados. Andamos con unas zapatillas de dos mil pesos, cuando podríamos tener unas de mil y comer unos días más. Es verdad, como también es verdad que las zapatillas quizás sean lo único que nos podamos comprar, entonces queremos las más caras y que llamen la atención, porque el mecanismo de la pobreza no sabe de buen gusto. El parlante tiene que estar haciendo ruido porque no alcanza con tener un parlante: si se creen que no tenemos nada, que sepan que tenemos parlantes y mejores que los de ellos. Cuando toda la vida te faltó todo, tener algo se siente el doble de bien. Incluso te creés la gran cosa por tener eso que siempre soñaste y que para el mundo de los otros quizás es una reverenda cagada. Como los que le ponen parlante a la zanellita, sí. O los que le ponen el cartel de la envidia y el progreso a un Renault 18. Para vos es chistoso, para ellos es un avance económico que los ayuda a sentirse mejor. Incluso a creérsela, como les dije, la pobreza no está relacionada con la humildad. Pero a gran escala, cuando mirás el mecanismo completo, no es más que un montón de personas con aspiraciones tan chiquitas que terminan siendo el hazmerreír de la clase social que le sigue. Y sus avances son tan chiquitos, que, para una nación, no representan más que atraso.
Dentro y fuera del mecanismo, tener «origen humilde» no es nada malo. Dentro y fuera del mecanismo siempre se dice que lo más lindo es lo que no se puede comprar, y que pobres hubo siempre. Y dentro y fuera del mecanismo se aprende que como siempre fue así, no tiene por qué cambiar.
El argentino que está afuera del mecanismo no es un sorete, en general ve con profunda lástima las imágenes de sirios llegando muertos de hambre a Europa en busca de refugio, pero ve con asco a los bolivianos y con desdén a los paraguayos. Les parte el alma aquel niñito sirio ahogado y lo comparten en Facebook rezándole una oración, mientras al negrito que les pide una moneda lo ignoran porque los embronca que la madre ya esté embarazada otra vez. Hay una empatía selectiva y evidentemente los pobres dan pena e indignación si están lejos, pero asco y bronca si son los muchachos de la villa más cercana o los que vienen de países limítrofes, aún dispuestos a trabajar de lo que sea. Es evidente entonces que en el discurso verbal se condena a la pobreza, pero en el accionar se condena al pobre.
El pobre cercano, en general molesta por varios motivos. Porque hace quilombo en la calle en lugar de ir a laburar, porque no labura y tenés miedo que te afane, porque no labura y te molesta que reciba planes a cambio de nada o porque tienen hijos y te molesta que esos niños vivan tan mal. Más o menos las entiendo todas. Yo también fui de la idea “la marcha sólo jode a los laburantes, no a los que tiene que joder” pero entendí que generar ese quilombo en la calle es, a veces, la única manera de que te escuchen. El miedo a que te afanen nunca lo viví, aunque me robaron 4 bicis y la calentura que tuve fue tan grande que hubiera podido cocinar un pollo poniéndomelo debajo de la axila (eran muchos párrafos sin mandar un chiste malo) no me imagino lo que debe ser tener una casa hermosa y que te la destrocen o peor, que te apunten con un arma en la cabeza. A eso yo también le tendría miedo. Lo de recibir planes a cambio de nada es un ni, la Asignación Universal te exige que mandes al nene al médico y al colegio. ¿Te imaginás la brecha generacional que pegaríamos si tuviéramos educación de calidad? Ese nene recibiría la AUH pero saldría de la escuela preparado para un empleo de calidad. Pasa, en algunos casos ya pasa, pero siguen siendo minoría porque la educación no es de calidad, y además por el tema de los valores dentro del mecanismo, que lamentablemente no se ha sabido abordar en la escuela. Sí, ya sé que a la escuela se va a estudiar, pero si todos tenemos los valores distintos, si estudiar es de boludos y queremos dejar lo antes posible para ir a levantar una medianera con un tío, no sirve tampoco, entonces hay que planificar algo que desde la escuela ayude a revertir eso y a disminuir el embarazo adolescente y la delincuencia juvenil, y pagarle a los docentes y… da para un post completo, pero creeme, nadie recibe planes a cambio de nada. Y lo de ver a niños en la pobreza, sí, en esa estoy con vos, a mí también me duele y me da bronca, pero no me la agarro con la mujer (que fui), sino con el mecanismo que la envuelve, este mecanismo que te achica los sueños y no sabe de anticoncepción ni de futuro.
El mecanismo desde afuera tiene un razonamiento simple: la pobreza sólo afecta a los que están adentro, y los que siguen adentro es porque quieren. Mientras tanto, los de adentro del mecanismo, siguen existiendo. Se reproducen ¡y cómo! y siguen naciendo niñitos que correrán por los engranajes del mismo. Los mismos sueños inmensos primero y el achicamiento drástico que viene después. En algunos casos serán muy trabajadores, en otros quizás gane la bronca y el resentimiento.
Es adentro del mecanismo donde nacen los peores quilombos. Acá germina la desigualdad, la desnutrición, el delito violento y mucha mierda más, y sin embargo se sigue viendo a la pobreza como un problema del pobre. Mi idea es empezar a mostrar que existen un conjunto de elementos que te empujan constantemente hacia el mismo lugar, aunque uno esté empecinado en salir, porque el mecanismo está maldito.
La idea es que empecemos a ver la pobreza como un problema de todos, como una quebradura terminante que imposibilita la utópica idea de tirar todos para un mismo lado.
Y claro, para hablar de ayudar a los que están en el mecanismo, no todo son planes sociales, como ya vimos, se necesita ir más allá. Empezar a ver la educación no sólo como un medio de desarrollo personal, sino como un plan estratégico nacional que impulse el desarrollo auténtico y rompa el mecanismo maldito que perpetúa la miseria, puede ser un gran primer paso. Y al argentino que está afuera del mecanismo, empezar a demostrarle que el ascenso social de los que están abajo, también lo beneficia a él, porque el resultado será una sociedad menos violenta y más segura. (No tiene sentido hablarles de una sociedad más justa, porque no aspiran ni aspirarán nunca a la justicia social.)
Hay recursos, hay escuelas, hay universidades. Hay miles y miles de profesionales esperando herramientas reales para la transformación. Y habemos pobres, y muchos. No sé qué es lo que falta.